12.5.12

Mato por una pistola de clavos

Una de las pocas cosas que me relajan (aparte de bañar perros y meditar) es hacer muebles. Recuerdo el primer año de secundaria (tenía doce años), en la escuela ya era tiempo de decidir que taller tomar, aunque era una escuela diurna y no técnica, nos instruían a aprender alguna actividad técnica para... bueno, supongo que por si la cagábamos en el estudio, tuvíeramos alguna arma para el medio laboral; en fin; a mí me atraía bastante el taller de electricidad, por esas bonitas memorias que tenía de mi tío Sergio (con el cual me llevo muy bien), él siempre se ha hecho cargo de reparar las instalaciones eléctricas tanto de su casa, como de la casa que heredaron mi tías y mi mamá de mi abuelo. En esos arreglos generalmente yo estaba implicado, así que viéndolo desde chico como manejaba todo eso, se formó en mí una admiración profunda por lo que hacía y más por él. Retomando el hilo, estaba decidido a elegir electricidad, hasta que se lo hice saber a mis padres, me dieron un rotundo no, porque el taller iba a ser muy costoso y como en esas épocas estábamos mal económicamente, pues no se iba a poder costear. Medio desilusionado tuve que elegir otro, aunque no sabía cual, mis amigos se había inclinado por carpintería, si no iba a aprender lo que me gustaba, pues por lo menos iba a pasármela bien con ellos, elegí carpintería.
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